Tienes que viajar, tienes que gustarte muchísimo viajar, tienes que tener vivencias alucinantes, tienes que hacer fotos increíbles de sitios increíbles, tienes que tener muchos hobbies, tienes que hacer una carrera de 10 kilómetros y luego un triple Ironman (como mínimo), tienes que aprovechar al 100% tus vacaciones y hacerlas superespeciales, tienes que salir con tus amigos como si no hubiese un mañana, tienes que hacer el camino de Santiago (y el interrail, y dar la vuelta al mundo y lo que haga falta), tienes que ir a todos los conciertos del mundo, tienes que probar todos los restaurantes del planeta, tienes que ver todas las series de moda, tienes que tener un millón de experiencias super importantes antes de cumplir los 40 y dos millones antes de morir…Sólo nombrar estos ejemplos ya se me sale la lengua fuera de tanta presión. Pues en esas estamos en la sociedad actual, en una bombardeo extenuante de obligaciones y “deberías” para que vivamos la vida al máximo, de manera divertida, original y supercalifragilisticoespialidosa, porque si no seremos unos aburridos, unos sosos y unos infelices. En Filmoterapia ya hemos hablado de la obligación que nos genera la sociedad actual para ser y estar siempre jóvenes, para enamorarse o incluso para ser felices. Dardos envenenados que nos hacen mucho daño si no los sabemos filtrar convenientemente. Y esta obligación por coleccionar experiencias compulsivamente es una fuente cada vez mayor de malestar, y que puede provocar muchas emociones negativas como ansiedad, frustración, apatía, depresión o culpa.
Vivir la vida y tener experiencias impresionantes es algo maravilloso, eso no lo vamos negar y menos en un blog en donde tenemos todo esto muy presente y donde hemos hablado del viaje como terapia , del poder de la creatividad o de la como vivir la vida. El problema consiste en volver estas metas tan bonitas en rígidas y obligatorias, provocando un efecto inverso al buscado. Las consecuencias de esta visión distorsionada las vemos cada día más en nuestra consulta de psicología, en donde nos encontramos que mucha gente está amargada por no “vivir la vida”, estresadas , con altas frustraciones vitales, aburridas en exceso, con crisis terribles a los 30, 40 o 50 por no estar “disfrutando” la vida o con una incapacidad patológica de vivir el presente aunque estén coronando la cima del Everest
Además las redes sociales multiplican por mil este efecto al promover que compartamos compulsivamente las experiencias tan geniales que tenemos. Nos centramos en la foto del amanecer (mientras nos perdemos el amanecer) porque queremos recompensas rápidas como likes y admiraciones automáticas por parte de los demás. Con todos estos ingredientes sólo conseguiremos llegar a ser coleccionistas compulsivos de experiencias como si de latas de un céntimo se trataran, sin darle el valor que tienen y con la codicia de tener más y más. Da igual que nos tiremos en paracaídas o que nos vayamos de viaje a la Cochinchina que nunca lo viviremos plenamente ni seremos felices, lo archivaremos en un nuestro check list con un número más y punto final.
Si grandes vividores de experiencias como Ernest Hemingway o escritores de grandes historias como Rudyard Kipling tuviesen que analizar la cultura actual se llevarían las manos a la cabeza, incluso Indiana Jones no sabría donde meterse. Creo que todos estarían de acuerdo en algo: la incapacidad actual de vivir el presente. Tanta superficialidad, coleccionismo obsesivo, obligaciones e incluso búsqueda de aprobación provoca que mucha gente no viva el presente de su vida y no presten atención plena a esas experiencias que están teniendo.Y si no vives el presente seguramente no seas feliz, aunque hayas visitados todos los países del mundo, corrido una maratón o nadado entre delfines. Quizás la historia de Siddahrta (la maravillosa novela del premio nobel Herman Hesse) sea la que mejor refleje el punto en donde nos encontramos hoy en día, al igual que su protagonista nos encontramos en ese momento en donde creemos que acumular experiencias es la clave de la felicidad. Os recomendamos que os leais esta historia porque también nos da las pistas sobre cuál es el verdadero ingrediente de esa felicidad: ni más ni menos que nuestro presente.
“No creo en nuestra ciencia, ni en nuestra política, ni en nuestra manera de pensar, y no comparto ni uno solo de los ideales de nuestro tiempo. Pero no carezco de fe. Creo en las leyes milenarias de la humanidad, y creo que sobrevivirán a toda la confusión de nuestra época actual… Creo que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido” (Hermann Hesse).
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